Comentario
En agosto de 1851, un periódico parisino, "La Ilustración", resaltaba la falta de representación española en la Exposición Internacional de Bellas Artes de Bruselas con el lacónico título de "¡España ya no existe!". Medio siglo más tarde, en 1899, un conocido crítico madrileño, en medio del desencanto generalizado tras la serie de reveses internacionales cosechados por España, sólo salvaba el arte, hasta el punto de sostener que "por los pintores, únicamente por ellos, seguimos viviendo en Europa". ¿Cómo se explica este cambio? ¿Cómo fue posible el resurgir del arte español? Para los contemporáneos sólo había una razón: Las Exposiciones Nacionales, una de las cuales, precisamente la última del siglo, la de 1889, propició el comentario anterior de Luis Pardo.
El Diccionario de la Real Academia define la voz exposición, en su cuarta acepción, como "manifestación pública de artículos de la industria y artes para estimular la aplicación". Si se añaden la periodicidad en la convocatoria y los premios como reconocimiento al mérito de las obras, se explica la misión que el pintor, crítico y teórico José Galofré atribuía a las exposiciones artísticas en 1852: "Dar a conocer obras que acaso quedarían desapercibidas; formar la reputación de los artistas; elevar el crédito de las nobles artes; despertar la afición a los rasgos del heroísmo y, en una palabra, contribuir altamente a la gran obra de la civilización que tan viva y relevantemente tiene por objeto el sublime encantador arte de Apeles. Las exposiciones son un concurso, una lid de la inteligencia". En consecuencia, las exposiciones se pueden definir como certámenes públicos, periódicos, competitivos y didácticos, con premios como reclamo para favorecer la participación o reconocimiento de las obras de mayor calidad.
Las primeras manifestaciones conocidas, aparte de variadas, no tienen un sentido estrictamente artístico, sino que coinciden o completan otras actividades tan diversas como celebraciones religiosas, sucesos, conmemoraciones bélicas, ferias u otros actos festivos. En el mundo griego y, sobre todo, en el romano estuvieron ligadas a acontecimientos como las entradas triunfales de los generales y la exhibición de los botines conquistados. En cambio, en la Edad Media y el Renacimiento están más relacionadas con solemnidades religiosas, como las de Saint-Denis en París, el Santo en Padua y el Corpus en España. A medida que pasa el tiempo su carácter religioso cede en favor del sentido artístico, como las exhibiciones en las plazas del Panteón de Roma o el Delfín de París, verdaderos bancos de prueba para los artistas noveles.
Con la institución de las Academias las exposiciones van a adquirir un nuevo significado, tanto por tener una regularidad y un ordenamiento jurídico para su celebración como por su carácter oficial, que les acerca a las que se celebrarán posteriormente en el siglo XIX. Coincidían, en principio, con la entrega de premios, con los catorce días que permanecía abierta dicha institución para que el público en general pudiera contemplar las obras premiadas. Poco a poco, estas manifestaciones se van enriqueciendo con la participación de los profesores, con copias de las obras maestras realizadas por los alumnos más aventajados, con envíos de academias de provincias e, incluso, con la presencia de obras de artistas famosos, como homenajes postreros cual el de Mengs en 1874. El paso definitivo hacia las exposiciones modernas lo dan los salones franceses, pues aparte de favorecer la profesionalización y competitividad de los artistas con sus reglamentos, jurados, premios y adquisiciones oficiales, facilitan la intervención del público entendido y la aparición de la crítica especializada, como determinantes de la jerarquía y calidad de los artistas, que deben revalidar en cada certamen. Con ello, además de contribuir a una mayor integración entre arte y sociedad, permiten que el público pase de ser un mero sujeto pasivo de la obra de arte, en su papel tradicional de mecenas o coleccionista, a jugar un papel activo en la función y valoración artística. Sin olvidar que contribuyen, además, a la consideración de la obra de arte como un producto económico, con lo que se consagra, también en este campo, el principio del mercado libre, tan característico del mundo contemporáneo.
Se llega así a las exposiciones modernas, donde intervienen, de una manera decisiva, el principio de igualdad de oportunidades, tanto para el artista-expositor -puede presentar u ofertar libremente toda una serie de productos u obras- como para el cliente-comprador -puede confrontar o elegir de acuerdo con la relación calidad-precio-gusto propio-, el dinero, como elemento regulador del proceso y la profesionalidad del expositor, obligado a dar el máximo de sí, ya que, al no disponer de asociaciones u organismos gremiales que protejan su trabajo y aseguren su comercialización, depende por entero de la calidad y competencia de su trabajo. Aparte de permitir la constatación de uno de los paradigmas del siglo, el progreso, nuevo "idolum seculi", sustituto de la religión, y tren de la libertad, según la conocida metáfora del utópico Proudhon.
Las exposiciones son, en consecuencia, la respuesta a los ideales de libertad e igualdad esgrimidos continuamente en todas las manifestaciones del siglo XIX. Por ello, es tan explicable como significativo que, en su versión moderna, se haga coincidir su nacimiento con la Revolución Francesa que "redimió al hombre -escribe Fernández de los Ríos en 1878- abriéndole una nueva vía en que cada paso quedó señalado con una invención o descubrimiento, y en que la industria, el comercio y las bellas artes salieron de su estancamiento. La Revolución que también quizá, respondiendo a una necesidad, consecuencia de aquel desarrollo, organizó en 1798 la primera Exposición para celebrar la fundación de la primera República". Es igualmente notable que en España no comiencen a celebrarse de una forma generalizada y moderna hasta la segunda mitad del siglo XIX. Precisamente el momento en que empiezan a ser una realidad la desaparición definitiva del antiguo régimen y la aplicación de los principios democráticos de libertad e igualdad.